-Antes de llegar al día de entrega de los premios, hay todo un proceso de recepción, selección, lectura y calificación, además de la notificación a los premiados.
Concluido el certamen y mientras esperábamos la cena nos desplazamos a la ermita de santa Ana, a contemplar los murales con la guía del Joaquín Abril y el reloj analemático.
2012 Labordeta, dos íntimos
aragoneses
-Retornamos
a nuestro pueblo por viejos caminos que nos conducen a él, de norte a sur y de
este a oeste, a nuestros ojos asoma el perfil añorado y difuso de la tierra
roja, esa tierra es la nuestra y nos contiene, hierve en nuestro interior,
tierra de sueños que jamás olvida la estampa impresa de las arcillas
encendidas, nuestros sentidos aletean agitados al movimiento tembloroso que
produce el viento en las copas de los chopos, e igual que hiciera Penélope ante
su telar amparada por la noche silente, destejemos el tiempo, repasamos las
dimensiones que esta tierra y los recuerdos abarcan desde la propia retina
hasta el infinito, sabemos que estamos aquí, nos reconocemos en los sonidos de
los grajos que vuelan en desbandada, en los aromas de la menta, en el color intenso
de los ababoles, en los sonidos y silencios de sus calles y en ese escalofrío
intimo que nos recorre la espina dorsal.
-Hay
algo determinante en esta luz, que nos hace sentirnos parte integrante de esta
tierra y la pisamos, con el deseo de disipar la bruma de la que venimos,
caminamos sobre los labrados, los yermos, los ribazos y las sendas antiguas,
sintiendo la belleza bajo el temblor de la luna, escarbando los cauces por
donde discurría en otro tiempo el agua de esta tierra ahora sedienta, y
seguimos deambulando, buscando libélulas, grillos y luciérnagas, perdidos en
nuestra infancia, hay que mirar pausadamente, largo tiempo, para recobrar el
paisaje, volver una y otra vez para deslindar sus formas, nada permanece tras
el inesperado aguacero, y cuando vuelve la quietud, exponemos nuestros sentidos
y reclamamos la compañía de los poetas paisanos: Miguel Labordeta, que vive en las ráfagas del cierzo y en los
peones que flotan en verano. Y reconocemos la voz honda y clara, incorruptible,
caminando con José Antonio, su
hermano, son nuestra socorrida compañía en el crepúsculo de este presente
atardecer incierto. Con sus poemas el caminar será de un tirón y entraremos en
los pliegues de cada surco, y en los rescoldos
de cada verso.
Decía
Miguel, “Vengo a silbar por las aceras
como un tigre acosado, como un corazón desierto con púas de ternura, vengo a
horadar la tortilla gris de los talleres, a beber un vaso derramado cuando
amanece sangre, y a mezclar en el sudor
fornido de los destripaterrones, la libertad solar de mi justa
intemperie”.
-Ay!
Miguel Labordeta, poeta, tan renombrado como poco leído, te querríamos rescatar
de tu Olimpo y trasladarte allí donde reside la legión de anónimos esforzados, nuestros
antepasados, olvidados en la vasta historia de nuestra tierra, a pesar de
permanecer la pisada indeleble de sus albarcas marcada en los rastrojos, tras
duras e interminables peonadas de siega desde el alba hasta las últimas luces,
y aun serpentean las acequias y regatos que ellos construyeron para colmar de
agua los huertos de la vega, persiste por los tortuosos caminos del secano la
huella hendida de los carros que no logran borrar las maquinas modernas,
caminos de tierra polvorientos y empedrados por donde siempre se acarreó la
cosecha, Miguel, te queremos junto a aquellos arrieros del centeno, junto a las mujeres de nuestro pueblo
cerniendo la masa de pan, dándole brío a la capoladora, acompañando en la siega
y en la trilla, entrecavando remolachas, y limpiándolas tras arrancarlas, con
las dedos de las manos entumecidos por el frío, y aun sobradas de energías para
la casa y los animales.
Todos repiten lo mismo
cuando dicen que se marchan.
Con cuatro granos de trigo
se alimentaban.
Vivía él y la vieja
y el resto de la compaña
y al sol de los mediodías
se calentaban.
Para Navidad la oliva,
para el verano la siega,
para el otoño la siembra,
para la primavera nada.
Mula pardera y monte,
cielo, tristez y casona,
el día que el tren se marcha
todo abandona.
Tenía viento y carreta
y recuerdos de la guerra,
barro, sol, piedra y paisaje
y un regancho de agua muerta.
Si en algún camino encuentras
gente con la casa a cuestas
no les hables de su tierra
que te mirarán con rabia.
Con rabia en la voz y el viento,
con rabia en sus palabras,
con la rabia que produce
abandonar lo que se ama
-Miguel Labordeta, fue un poeta aragonés,
tal vez el poeta contemporáneo más importante, nació el 16 de Julio de 1921, en
Zaragoza, su padre catedrático de latín, forma parte de la pequeña élite
cultural y republicana de la ciudad, en ese ambiente comienza el interés de
Miguel por la poesía, lee sin cesar a los autores de todas las tendencias
del momento, incluidas las vanguardias
que bien representan Gil Albert o García Lorca. En 1939 acabada la guerra se
matricula en la Facultad de Letras de la Universidad de Zaragoza para estudiar
historia, la estructura rígida y falta de libertad que en aquella época domina
el mundo universitario tras la depuración de los mejores profesores por el
nuevo régimen, convierten la universidad en un lugar poco apropiado para un
joven con inquietudes culturales y junto a otros se dedica a la edición de
revistas literarias.
En
1946 se traslada a Madrid, allí se junta a los mejores poetas del momento, José
Hierro, Edmundo de Orly, Vicente Aleixandre y otros. Vuelve a Zaragoza con un
rico bagaje intelectual, poco después publica su primer libro Sumido 25.
-Bajo la luz del sol de media tarde, se
difuminan los perfiles que enmarcan muestro espacio abrazando desde la Sierra
del Pobo al Pico Palomera y desde La Venta, hasta la Roma, se atenúan las
fronteras y acudo también al reclamo, de esos alfambrinos que no figuran en los
libros de historia, ni reciben homenajes, son los Juan sin nombre silenciosos,
trabajadores desposeídos del arado, carpinteros de azuela y torno, herreros de
fuelle resoplando sobre el yunque mientras golpean el hierro candente,
albañiles amasando casas de barro y piedra y pastores de jornadas solitarias y
atardeceres brumosos, las mujeres de tez reseca cubiertas de negro y
sufrimiento, aferradas a su prole con engañosa obstinación que hilvanaron en
silencio sobre su propia matriz con agujas de hueso. Se remansa la
conciencia.
-A nuestros antepasados, que patearon la
tierra que nosotros ahora paseamos, en siglos acumulados de vida, para no ser
injustos con ellos, debemos mantenerlos en la memoria colectiva y en la
individual, rompiendo la distancia de su antigüedad prehistórica, hincados en
tierra y abiertos al cielo, son el eje y raíz del planeta, construyeron este
pueblo, sus bancales y sus fuentes, sus escuelas, de estos seres humildes
surgió el tallo súbito para replantar el barbecho, no queremos reordenar los
días, pero, en este tiempo que solo a ellos pertenece, atravesado de cenizas y
erosiones, debemos alejar toda confusión que presupone un relato impreciso y
triunfal.
Y
hablo de personas aceradas que habitaron una tierra poblada de laboriosas
hormigas, mezcladas entre buitres y guerreros, y los reivindico en el espacio
sideral que abrieron el arado y la corbella, despejándola de zarzas y
alacranes.
Aragón (de José Antonio Labordeta)
Polvo, niebla, viento y
sol
y donde hay agua, una huerta;
al norte, los Pirineos:
esta tierra es Aragón.
Al norte, los Pirineos
al sur, la sierra callada,
pasa el Ebro por el centro
con su soledad a la espalda.
Dicen que hay tierras al este
donde se trabaja y pagan...
Hacia el oeste el Moncayo
como un dios que ya no ampara.
Desde tiempos a esta parte,
vamos camino de nada,
vamos a ver como el Ebro
con su soledad se marcha.
Y con él van en compaña
las gentes de estas vaguadas,
de estos valles, de estas sierras,
de estas huertas arruinadas.
Polvo, niebla, viento y sol
y donde hay agua, una huerta;
al norte, los Pirineos:
esta tierra es Aragón.
-El recuerdo es fruto que espera la sazón
pendiendo de la rama del tiempo, requiere días, sol, agua para seguir urdiendo
hacia la memoria. Pero, conscientes de la irremediable perdida del ayer, del
inmediato pasado que ya está sumido en una descomposición laboriosa, intocable
en una sima profunda, únicamente un esfuerzo
supremo de la memoria lo recupera deformado. El pasado ya está en otra
esfera, en una realidad de la fantasía, el regreso es siempre a otro espacio. Y
tenemos raíces, nos dicen, pero son los lugares los que nos tienen a nosotros,
los que se amamantan de nuestro recorrido, ¿Qué sería del lavadero sin la
huella de aquellas mujeres lavando ropa?, ¿Cómo se explicarían las escuelas sin
el corretear alocado de los zagales? Y la morera del colegio, ¿Alguien la
siente sin el deseo de alcanzar el fruto prohibido? Los días solo existieron en
la medida que alimentaron sueños para escapar del foso de uno mismo, espiando
la claridad que penetra por los altos tragaluces de los ojos. El viejo andén de
la vía abandonada continua lleno de ortigas, como un indicio.
-La labor cultural de Miguel, no cesa,
publica Violento idílico, considerado uno de sus mejores poemarios, participa
activamente en la tertulia literaria de Niké, escribe Los nueve en punto, un
poemario que no pasa la censura de la época, editan la revista Ansí,
posteriormente Epílirica, recortada, en 1968, viaja a Teruel y anima a su
hermano José Antonio para que emprenda la carrera de cantautor, en 1969, sale
su última obra Los soliloquios, el 1 de Agosto de ese mismo año, fallece víctima
de un aneurisma de aorta fulminante con tan solo 48 años.
-Miguel fue siempre un poeta que canta desde
el aragonesismo universal, con su escritura incomoda pero certera, es sin duda,
la persona que más influyó en su hermano José Antonio, por eso, en esta hora de
reconocimientos, te elevamos al bosque donde duermen los sauces y los álamos,
donde el águila vuela libre.
Somos (de José
Antonio Labordeta)
Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.
Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.
Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar
tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.
Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.
Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.
Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.
Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.
Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.
Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar
tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad.
Somos
como esos viejos árboles
-José
Antonio Labordeta, del que pronto van a cumplirse dos años de su fallecimiento,
fue torrente de nobleza, de palabras claras y compromiso sin ambages, sus poemas
muy conocidos, nos sirven para desatar nuestras emociones, por eso han sido escogidos
en este escrito, ambos hermanos sin duda, son referencia imprescindible de la
literatura aragonesa; estaba pendiente por este grupo reconocer públicamente
nuestra admiración. Y nos presentamos aquí con Miguel y José Antonio, sin
fisuras, enarbolando la bandera de los antiguos y presentes pobladores, ceñidos
en el canto audaz de la libertad.
Retrospectivo existente
Me registro los bolsillos
desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
agosto 2012
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