2019 Paca Aguirrre, poeta
entrañable.
-Volvemos al lugar del que nunca nos hemos
ido, nuestra casa, nuestra tierra; retornamos al abrazo fraternal con aquellos
que quedaron y no se aventaron por los caminos últimos de agua, ni por la
carretera polvorienta, creciendo obstinados al viento, mirando la nevada desde
la ventana, jornaleros de esperanza y dueños de estrellas. Os abrazamos porque
quedasteis al cuidado de los campos dormidos esperando la resurrección de las
espigas y en el reparto de la lluvia.
-Volvemos aquí donde nacimos, aquí donde todo
comienza, los objetos cimbrean en la memoria, embadurnada la piel de ausencia,
cubiertos de polvo y nostalgia, -ya saben, la nostalgia como morfina de la
memoria-. Nos observan peritos en amaneceres, en estallidos germinales sobre
tierras resecas, sobre las ruinas de la casa derrumbada; con los huesos
endurecidos por la arcilla, inmóviles aunque a su alrededor arda el mundo, y
los mares convertidos en inmensas fosas comunes.
-Antes de amanecer el gallo canta una y otra
vez, no recordaba tanta persistencia. Somos nuestra niñez y todo lo que sigue
en nuestra vida adulta es una disimulada prolongación de aquella infancia,
aunque afirme que en el tránsito nos desprendimos de la placenta, de las zarzas
y del sacristán; no es cierto que nos hayamos desentendido completamente, son
los espejismos que se producen en los eriales y la piel, aun nos rozan las alas
de los pájaros al pasear por los lugares de antes con la certeza de quienes
marcharon; hemos vuelto y desatamos memoria con los pies, andando las calles,
somos esa clase de visitante familiar contemplando los balcones y las casas
abandonadas, Hemos vuelvo a casa, una y otra vez, al lugar donde no tenemos que
buscar la luz, pues en todos los rincones, el mundo es tan familiar que no
necesitamos ojos; y nos embarga contemplar la despoblación, el silencio, el
vacío.
Decimos
con Claudio Rodríguez
“Nunca
había sabido que mi paso
era
distinto sobre tierra roja,
que
sonaba más puramente seco
lo
mismo que si no llevase un hombre,
de
pie, en su dimensión.
Por
ese ruido quizá algunos senderos me recuerden.
Por
otra cosa no.
-Fue
noticia en los informativos de este país hace solo unos meses: Francisca
Aguirre, poeta, murió repentinamente el día 13 de abril; tan inesperado fue su
óbito que esa misma mañana la estuve oyendo en una entrevista en directo por la
radio, con esa cercanía y afabilidad tan propias. Nada hacía sospechar que solo
unas horas más tarde nos dejaría. Superada la sorpresa, el siguiente
sentimiento fue de dolor, pues perdíamos a una de las voces vivas esenciales en
la poesía actual. En aquella sentida perdida también se nos iba el ser humano,
la mujer con una de las trayectorias personales más dignas y ejemplares de nuestra
historia.
-Francisca
Aguirre nació en 1930, en el seno de una familia de artistas. Al finalizar la
Guerra Civil, con nueve años, tuvo que irse exiliada a Francia con su familia,
donde fue escolarizada, a su regreso a España continuó hasta los 14 años en que
empezó a trabajar, pero su interés por la cultura estuvo alentado por su madre
que alimentó la admiración por su esposo, el pintor Lorenzo Aguirre, y animó
siempre ese espíritu inquieto de Paca a participar en las tertulias culturales.
Yo, que llegué a la vida
demasiado pronto,
que fui -que soy- la que se
anticipó,
la que acudió a la cita
antes de tiempo
y tuvo que esperar en la
consigna
viendo pasar el equipaje de
la vida
desde el banco neutral de
la deshora.
Yo, que nací en el treinta,
cuando es cierto
-como todos sabéis- que
nunca debí hacerlo,
que hubiera yo debido
meditarlo antes,
tener un poco de paciencia
y tino
y no ingresar en ese tiempo
loco
que cobra su alquiler en
monedas de espanto.
Yo, que vengo pagando mi
imprudencia,
que le debo a mi prisa mi
miseria,
que hube de trocear mi
corazón en mil pedazos
para pagar mi puesto en el
desierto,
yo, sabedlo, llegué tarde
una vez a la frontera.
Yo, que tanto me había
anticipado,
no supe anticiparme un poco
más
(al fin y al cabo para
pagar
en monedas de sangre y de
desdicha
qué pueden importar algunos
años).
Yo, que no supe nacer en el
cuarenta y cinco,
cometí el desafuero, oídlo,
de llegar tarde a la
frontera.
Llegué con los ojos cegados
de la infancia
y el corazón en blanco, sin
historia.
Llegué (Señor, qué
imperdonable)
con nueve años solamente.
Llegué, tal vez al mismo
tiempo que él
pero en distinto tiempo.
No lo supe.
(Oh tiempo miserable e
injusto.)
Estuve allí -quizá lo vi-
pero era tarde.
Yo era pequeña
y tenía sueño.
Don Antonio era viejo
y también tenía sueño.
(Señor, qué imperdonable:
haber nacido demasiado
pronto
y haber llegado demasiado
tarde.)
-Paca
llevaba dentro la luz, un corazón siempre abierto a la amistad, una fidelidad
insobornable a los desposeídos, un compromiso con la justicia y la verdad. Y un
amor inmenso al mundo, a los seres queridos, a la belleza y la esperanza.
“Definitivamente amo/ el escándalo deslumbrante de la vida”; que quien esto
escribe sea una mujer herida por la historia, anudada siempre a la memoria, al
padre ausente, es casi un milagro: el espacio de la bondad- nunca del olvido-
hecho palabra, poesía que salva el dolor para reconocerse en el afán de un
mundo más justo.
-Porque
ella tuvo que cruzar la frontera con nueve años, tal vez el mismo día que lo
hiciera Antonio Machado hermanado con lo mejor de su pueblo, y habitar una
ciudad extraña:
París fue para mí, durante
mucho tiempo, un gato.
Había un gato en aquella
pobre pensión en que vivimos,
un gato que dormía al lado
de una estufa.
Yo nunca vi París: tan sólo
vi ese gato.
Y nos fuimos al Havre para
tomar un barco.
Nosotras con dos muñecos y
un monito,
papá con su caja de
pinturas y un sueño acorralado,
un sueño convertido en
pesadilla,
un sueño multitudinario
arrastrado como único
equipaje
por una inmensa procesión
de solos.
Pero aquel barco no llegó a
su puerto:
esperamos, mientras mamá,
para alumbrarnos,
cantaba algunos días El
niño judío: “De España vengo, soy española”.
No llegó el barco. Llegaron
aviones alemanes.
Hubo que caminar a gatas
por las habitaciones del hotel,
que estaba frente al
puerto.
-Con
la ocupación de Francia vuelve a sentir el mismo miedo del Madrid bombardeado,
regresa con su madre y sus dos hermanas a España. Más tarde lo haría su padre,
que sería encarcelado y un día de 1942 le darían garrote vil en la cárcel de
Porlier. Noticia que una monja da a las tres hermanas en el colegio para
huérfanas e hijas de presos políticos; Paca lo recuerda así:
“Y sin entender nada llegué a la iglesia y me
arrodillé. Pero no recé. Yo tenía exactamente once años, once meses y seis
días. Fue el seis de octubre de 1942. Me quedé allí, al lado de mi hermana
Susy, que lloraba desesperadamente y al lado de Margara, que lloraba porque
nosotras llorábamos. De pronto algo en mí enmudeció: yo lloraba, pero no podía
rezar, no sabía a quién rezarle. No entendía que había sucedido con aquel Dios
en quien yo confiaba plenamente. Y pensé: no puedo rezarle a un Dios a quien no
entiendo. Sólo puedo querer a los seres a quienes entiendo y que me entienden
porque son como yo. Tengo que querer a mamá y a Susy y a Margara, tengo que
consolarlas porque sufren como yo”.
-Allí
nacería una herida que le acompañó toda la vida. Fiel a esa memoria, al padre,
a su recuerdo, aferrada a los seres queridos- la madre, las hermanas- y luego
Félix y su hija Guadalupe, que está con nosotros. Porque la poesía redime la
historia, sus heridas. Lectora infatigable desde la infancia, interesada con
pasión por la literatura, comenzará a escribir tardíamente. Mantuvo desde
entonces ese lento caminar en busca de una voz poética propia marcada por una
machadiana sencillez, la naturalidad y la ironía. La vida cotidiana, una visión feminista en
muchos de sus poemarios, atenta y crítica frente a la realidad de la dictadura,
la meditación sobre el tiempo, la música, son temas que se reflejan sus libros.
Mujer del poeta Félix Grande, habita una casa abierta a la poesía y a los
poetas. Y con generosidad acoge a quien llama a su puerta. Y ofrece cariño,
conversación, consuelo, y su maravillosa tortilla de patatas de la que,
también, estaba orgullosa. Divertida como pocas, su anecdotario no tenía fin y
tampoco su genio cuando recordaba un régimen que le había partido la vida.
Abierto, tan abierto su corazón, que compartía vida y experiencias, memoria
viva de tiempos difíciles.
Ya nada podréis,
porque la fuerza no estaba
en vosotros, estaba en mi debilidad.
Nada conseguiréis
abandonándome, porque el
vacío no era
vuestra ausencia
sino mi necesidad de
compañía.
Cuando llaméis
tendréis mi corazón a mano,
como siempre
Ahora
el mundo se ha amueblado
con la delicadeza de lo
mínimo
con la tierna disposición
de lo posible.
Y todo es una patria
extensa y manual,
un alfabeto misterioso
con el que estoy nombrando,
recreando
reviviendo de nuevo el
universo.
-Qué
palabras más hermosas nos dejaste; El mundo se ha amueblado con la delicadeza
de lo mínimo. Memoria y esperanza. Fidelidad y ternura. Y esto, lo que fuiste,
lo que escribiste, nos acompaña aunque ahora tu ausencia sea una herida
abierta. Y no hay lugar para el consuelo. Tal vez la música que ella tanto amó,
tal vez Bach, “allí donde todo es patria y armonía,/ todo está defendido de la
muerte,/ porque allí la muerte desemboca en la vida”.
-Paca
perteneció a la generación de los 50, pero como otras veces, el conocimiento y
la fama de sus compañeros, Valente, Ángel González, Gil de Biedma…oscurece la
brillante nómina de poetas como Julia Uceda, María Beneyto…, y ella misma.
Mujeres que en los últimos años están siendo reconocidas por las escritoras más
jóvenes, como la voz necesaria, la voz que, oculta por el canon, recobra el
lugar pleno que merecía, como eslabón necesario de una cadena nunca rota.
Porque en todo tiempo y a pesar de las dificultades, las mujeres, también, han
escrito.
-En
1971 publica Ítaca libro brillante, revelador y en el 76 los Trescientos
escalones. Continúa con una obra madura, profunda, que recopilará en Ensayo
general ya en el 2000. En este siglo XXI el reconocimiento a su poesía ha sido
general. Reediciones, homenajes, lecturas, premios, entre ellos el Nacional de
Poesía en 2011. Y ya en 2018 el Premio Nacional de la Letras, el jurado del Premio Nacional de las Letras
situó su poesía “entre la desolación y la clarividencia, la lucidez y el dolor,
susurrando (más que diciendo) palabras situadas entre la conciencia y la
memoria”.
-El
punto de partida de los textos -el pelo, la sonrisa, el gusto, etc.- da paso a
una reflexión sobre la condición humana o una cierta condición humana, la de
quien cree en la vida con sus alegrías y sinsabores, en la humanidad, la de
quien se conmueve con las penalidades de los otros y siente el dolor del mundo,
la de quien piensa que la escritura no ha de renunciar a una cierta función de
denuncia y acaba pidiendo compasión para todos.
-Un
resumen perfecto de esa poesía de conciencia y memoria que practicó Francisca
Aguirre.
No os confundáis
Y cuando ya no quede nada
tendré siempre el recuerdo
de lo que no se cumplió
nunca.
Cuando me miren con áspera
piedad
yo siempre tendré
lo que la vida no pudo
ofrecerme.
Creedme:
Todo lo que pensáis que fue
destrozo y pérdida
no ha sido más que
conjetura.
Y cuando ya no quede nada
siempre tendré lo que me
fue negado.
No os confundáis: con lo
que nunca tuve
puedo llenar el mundo palmo
a palmo.
Tanto miedo tenéis que no
habéis advertido
la riqueza que se oculta en
la pérdida.
Desdichados,
poca ganancia es la vuestra
si nunca habéis perdido
nada.
Yo sí he perdido:
Yo tengo, como el náufrago,
toda la tierra esperándome.
(Agradecimiento a la colaboración en este escrito del poeta Antonio Crespo Massieu).
Crescencia, Cristina, Concha, Tere Nevot, Duvi y Beatriz. Leyeron diversos poemas de Francisca Aguirre.
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